En la última nota, “SANAR: quitémosle drama y romanticismo, agreguémosle humanidad y realidad”, presenté esta noción de que sanar no es un destino ni un propósito, sino una consecuencia que sucede, naturalmente, cuando elegís vivir conscientemente, cuando des-cubrís tu sombra y te proponés integrarte.
Nombré también que ese proceso de integración tiene un movimiento intrínseco que es espiralado, pendular, oscilante, de contracción y expansión. Y que TODOS estamos sumergidos en esa misma danza.
Hoy quiero dar unos pasos más…
Cuando vas andando este camino de consciencia, la honestidad es CLAVE. No es fácil ser honest@s, no es fácil limpiar nuestros lentes y sostener una mirada transparente, franca, sincera, clara. Muchos de nosotros aprendimos que somos amad@s si somos perfect@s, que somos aceptad@s si somos buen@s. Entonces, nuestro lugar de pertenencia y nuestro sentido de supervivencia entra en jaque cuando reconocemos que no somos perfect@s, y que en nuestras limitaciones, ignorancias e inconsciencias hemos lastimado a otr@s y también a nosotr@s.
Cuando te mirás con honestidad —pura, total y completamente— empiezan a brotar sensaciones, emociones y pensamientos que te harán temblar y cuestionar tu estructura. Te harán mirar la personalidad que construiste, la vida que viviste hasta el momento, tus elecciones, las posiciones que tomaste… que te preguntes:
- ¿Quiero seguir siendo de esta manera?
- ¿Cómo me siento siendo est@ “yo”?
- ¿Quiero seguir eligiendo hacer esto?
- ¿Quiero sostener este vínculo?
- ¿Qué necesito transformar para sentirme en paz conmigo?
Así vas dimensionando CUÁL es y CÓMO es TU TIERRA, la estructura que te sostiene. Percibiendo si necesitás re-plantarte, cambiar de maceta, de jardín, de lugar…
Y cuando empezás a preguntarte cómo hacer ese proceso… ahí aparece algo que para mí es clave.
Más allá de la cualidad que tod@s podemos activar —la de transformación y reconstrucción (hoy no voy a entrar en esa parte del proceso)—, más allá de lo placentero, sorprendente, doloroso, complejo e incómodo que puede ser, quiero poner sobre la mesa algo que puede generar toda la diferencia: el CÓMO hacés ese proceso.
En el cómo está el jugo.
Y acá, quiero inspirarte a que tu cómo sea a través del Amor Incondicional y Compasivo.
Quiero contarte cómo esta mirada te invita a crear un BÁLSAMO: el verdadero néctar. Cómo esta energía puede transformar tu experiencia de vida de una manera que suaviza tus heridas, abre nuevos caminos de percepción y te devuelve a un centro más amable y verdadero dentro tuyo.
El “Amor Incondicional” es, justamente, un amor donde no hay condiciones. Hay aceptación profunda por todo lo que es, fue y será. Por todo lo que fuiste, sos y serás. Es un amor que trasciende y está presente para vos más allá de quién seas, de cómo seas y de qué hagas. Sé que puede sonar idealista, porque a veces no es una energía —una cualidad— que vemos en nuestra realidad cotidiana. Sobre todo porque, en general, construimos amores condicionados: “te acepto si…”, “te quiero si…”. Nuestra forma de amar está bastante llena de manipulaciones y negociaciones, por mucho que nos cueste aceptarlo. Muy pocos mapadres les ofrecen a sus hij@s la certeza de que son amad@s y aceptad@s en todo momento. Y está bien, porque somos humanos, no ángeles, y nos pasan muchas cosas… De hecho, hay personas que nunca han experimentado el Amor Incondicional, que no saben que siquiera existe.
El “Amor Compasivo” es una forma de amar que comprende. Que no exige, no juzga, no señala. Es una presencia que abraza incluso cuando no entiende, que permanece cerca cuando más lo necesitamos. Es el arte de mirar con ternura nuestras heridas —y las de otr@s— sin querer cambiarlas, sino simplemente acompañarlas.
Y no te lo cuento desde un lugar teórico o abstracto. Lo cuento porque lo viví. Porque lo vivo.
En mi historia, es tierra la certeza de este Amor. Y es la inspiración motora de todas las experiencias terapéuticas que ofrezco. Por eso, quiero compartirte algo más personal…
Crecí en una familia cristiana católica, donde desde muy niña me presentaron a Jesús como Maestro y me enseñaron su historia. A esta altura del partido, por cumplir 31 años, resignifiqué muchas veces muchas “cosas” sobre todo lo que rodea su testimonio. Especialmente lo vinculado con la religión, la historia de la Iglesia Católica, formas que aún se sostienen y que no me representan ni con las que estoy de acuerdo.
Quiero nombrarlo porque Jesús es, para mí, un Maestro Ascendido con quien tod@s podemos conectar, que está en esa frecuencia vibracional de Amor Incondicional y Compasivo. Y quisiera presentarlo como un gran portal.
Me atrevo a decir que construí un diálogo con Jesús MUY contundente, desde muy niña. Tuve experiencias trascendentes conectadas con él: comulgando, orando, cantando. Me siento canal de su energía y me reconozco atravesada por él cada vez que abro la boca para cantar, sobre todo en los talleres que ofrecemos con Juli de Musicoterapia.
Cuando fui creciendo, generando una mirada más crítica sobre mi realidad, me costó mucho ver personas adultas cercanas que se reconocían católicas, pero que —en mi juicio— se alejaban mucho del Amor Incondicional y Compasivo que enseña Jesús. En mi adolescencia y juventud me he enojado MUCHO, y me he alejado bastante también de mi familia paterna, “Los Astarloa”, por eso. De mis abuelos, de mis tíos… Me generaba mucha bronca ver incoherencias, el “deber ser”, los vínculos vacíos, las conversaciones banales, la falta de conexión real y humana. Me volvía de cada reunión Astarloa de los domingos más triste y enojada que contenta. Había una falta de interés genuino, de contacto, de amorosidad… pero nunca faltaba el “Padre Nuestro” y el “Ave María” en la bendición de la comida.
Te lo comparto porque me llevó muchos años ver toda esa faceta tan crítica en mí. Reconocer que detrás de ese enojo había dolor. Porque, la verdad, es que me dolía. Me dolía ver que esa era la forma de vincularse y ser familia. Me dolía reconocerlo y aceptarlo. Al igual que me costó reconocer que mis mapadres no eran perfectos. Que miles de veces me sentí sola, desatendida, incomprendida. Que miles de veces necesité abrazos, alguien que me dijera que confiaba en mí y que estaba disponible para acompañarme más allá de todo. Alguien que me alentara a ser yo. Y a veces, ese mismo dolor es el que nos aleja de poder conectar y encarnar este Amor.
En algún llanto entendí que necesitaba construir internamente este Amor Incondicional y Compasivo. Y vengo haciéndolo hace años. Para mí y para quienes me rodean.
Sigo enojándome, por supuesto. Aún tengo dolores, resistencias, juicios negativos, donde me cuesta sintonizar con el Amor Incondicional y Compasivo. Ya lo sabemos… es un proceso de expansión y contracción. Esa es mi práctica: “Lo siento. Perdón. Gracias. Te amo”:
- Reconozco lo que siento. Le hago espacio a las emociones que surgen porque vine a ser humana, a tener un cuerpo, a sentir. Y sé que son mi brújula, que me están contando algo que necesito escuchar.
- Perdono y me perdono por seguir reproduciendo sufrimiento, sosteniendo formas que lastiman, y que a veces me cuesta tanto transformar.
- Agradezco profundamente por estar aquí, viviendo esta experiencia, aprovechando y aprendiendo todos los días.
- Elijo amar la vida, la experiencia humana, amarme, aceptarme.
- Estoy disponible para mí, en mis peores monstruos y en mi mayor luz, me acompaño. Y pido ayuda cuando lo necesito y veo que no puedo sola!
Hoy quiero recordarte que esa energía de Amor Incondicional Compasivo está disponible para tod@s. Que proviene de una Fuente Divina Infinita, y que tod@s tenemos dentro el enchufe para conectar ahí.
Que es una elección personal hacerlo, y que trae mucha Paz, Verdad y Vida cuando nos dejamos atravesar por esa energía.
Por todo esto, para mí, la consciencia espiritual —la mirada que integra nuestra Divinidad— no puede ser quitada u olvidada. Porque sin esta dimensión espiritual, nos perdemos la posibilidad de experimentar sentido profundo, conexión con algo más grande, y acceso a una fuente inagotable de guía, confianza y sostén interno.
La espiritualidad es el eje constitutivo de nuestra humanidad. Es una brújula cuando todo tambalea. Es ese anclaje que nos recuerda quién somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Por eso, Jesús es, para mí, un faro. Un maestro de la compasión encarnada. Una frecuencia viva que me recuerda, una y otra vez, que el Amor Incondicional y Compasivo existe. Que el perdón libera. Que la humildad es fortaleza. Y que somos canal de algo mucho más grande cuando vivimos desde el corazón.
Una vez que ese bálsamo comienza a hacer efecto, recuperás una posibilidad DIVINA: te convertís en tu gran equipo, te acompañás, te mirás, te cuidás, te convertís en una tierra segura. Estás disponible para vos.
- ESO transforma tu percepción interna y externa.
- ESO te empieza a nutrir, a dar fuerza. Crece el registro de “yo puedo”, “yo me animo”, “yo me acompaño”, “yo soy valiosa”.
- ESO colabora con que recuperes tu sentido de Libertad y Potestad. Te acompaña a responsabilizarte, a tomar TU parte, TU lugar dentro de la red.
Así, vas comenzando a tomar cartas en el asunto. Encontrando acciones, decisiones, nuevas maneras de HACER que te acompañen a transformar todo aquello que necesitás.
Es experimentar un proceso, que implica tu propia aceptación por quién estás siendo, en cada etapa y momento de tu vida. Y ahí está uno de los grandes objetivos de hacer terapia: que alguien te acompañe a construir tu propio bálsamo de Amor Incondicional y Compasivo. Y así, paso a paso, la sanación se vuelve eso que decíamos al principio: una consecuencia natural de vivir con consciencia, amor y verdad.
Si quisieras que te acompañe, ya sabes por dónde voy. Podes contactarme a través de los servicios en mi web.
Con amor, siempre!
Maite.